Franco Sandoval/ La Pluma del Colibrí
El libro del desasosiego no está entre los textos que uno está obligado a leer en la secundaria o en la universidad. Debiera estarlo, por lo menos varios de sus fragmentos. La razón, ese desasosiego nos ayuda a abrir la mente hacia una forma distinta de pensar y de manejar las letras y el lenguaje. La premisa de esta tesis es que conocer lo diferente enriquece.
Pocos han sido tan “negativistas” hacia el mundo como Fernando Pessoa (1888-1935). No mira con deleite ni dulzura el paisaje que lo rodea, aquella Lisboa que media entre una y otra guerra mundial. Para no hablar con pre-juicio y en abstracto, empecemos por citar lo que pide a la “Consoladora de quienes no hallan consuelo, Lágrima de quienes nunca lloran”: que lo libre “de la alegría y de la felicidad”. Tratar de ser feliz y alegre es perder el tiempo.
“Si el corazón pudiera pensar, se detendría”: sufriría un colapso si pudiera darse cuenta de la podredumbre que hay alrededor. Y como el mundo está en ruinas él se pregunta cuál es “la belleza de las ruinas?” El no servir ya para nada”, se responde. No se refiere, obviamente a los templos y palacios ahora derruidos que nos heredaron los mayas, incas y aztecas.
Esto considera Pessoa: “Solo tengo la realidad con la que no puedo jugar”, y por eso se pregunta: “¿Por qué he tenido que crecer?” Conformismo puro también parece esto: “Quien nada busca ya lo tiene, y tener ya, sea lo que fuere, es ser feliz…”
¡Qué significa esta otra afirmación: “Toda buena conversación ha de ser un monólogo entre dos…” Duro decirlo: la comunicación real es inexistente entre los humanos, cada quien está encerrado en su propio mundo, intereses y prejuicios. Su idea-sentimiento se funda en que “Nos oímos pero cada cual escucha apenas una voz que está adentro de sí mismo.”
Una buena y necesaria idea para los escritores es esta: “Una frase honesta habrá de tener al menos dos sentidos”. El sentido literal y el metafórico. Según Pessoa, lo que él escribe son versos, pero de inmediato aclara: “prosas que no pueden escribirse, sino solo soñarse”. Prosa cargada de poesía, en síntesis, mayúscula lección de la que se deriva que no todo lo que está en verso es poesía y, más importante: la prosa debiera ser prosa poética cargada de sentidos.
Bien visto, más que negativista, Pessoa está conforme con el mundo de ensueño y realidades propias que él construye: “el alma de todas las flores y de los efímeros momentos; de todos los cantos de todas las aves, he tejido eternidad y quietud”. Esa realidad irreal lo lleva a afirmas que “los pétalos de crisantemos huelen a la melodía de su nombre”. Las frases y palabras debieran despertar olores y aromas nos está diciendo. Esa nueva realidad, su propio mundo de fantasía sí lo lleva a ser romántico: “En el contorno pasajero de tu anónima figura pongo toda la evocación de los campos y la calma toda que nunca tuve me llega al alma cuando en ti pienso. Tu andar tenía un leve balanceo, un ondear incierto y en cada gesto se te posaba un ave; tenías enredaderas invisibles en tu busto.”
Pessoa es hijo de las desilusiones europeas; hijo también de la muerte que a Dios le provocó Nietzsche. Por desafiante, El libro del desasosiego resulta inacavable. Su alma ha sido fracturada. Su tono es introspectivo, de diálogo consigo mismo y a través de un lenguaje repleto de paradojas. En tal sentido, un precursor de Cardoza y Aragón.
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