Franco Sandoval/La Pluma del Colibrí
Quien no ha leído a Laura Restrepo se está perdiendo las lecciones de una maestra en el arte de la escritura literaria. Le he seguido la pista a través de tres de sus obras y la última de ellas, Canción de antiguos amantes, es una joya llena de virtudes. La he leído con el propósito de detectar (y compartir) algunas lecciones para sus colegas del presente y el futuro. Resumo algunas de sus virtudes con ánimo pedagógico.
Punto de vista: Siendo mujer, Laura se vuelve narradora con el nombre de Bos Mutas, un joven culto del Este africano que, a punto de ser sacerdote, abandona el seminario para ir en busca de saber quién fue la Reina de Saba. Si bien al principio el personaje es tímido y escaso de palabras, poco a poco desata palabras e imaginación.
Ambientación: Restrepo parece dibujar con una paleta de oscuros colores. Infinidad de veces pinta ambientes y nos transporta a ellos mediante las palabras. Harar, capital de Etiopía, está “a dos mil metros de altura, en una altiplanicie barrida por los vientos y rodeada de montañas que el aire vuelve azules… Harar, la ciudad utópica y mística, la de la gnosis, las cien mezquitas, la cruz cristiana, la espiritualidad sufista, la filosofía hermética…” Luego en una casa-mezquita de siete niveles (mafraj) “esperas que llegue la hora áurea, el instante del atardecer en que la luz se convierte en polvo de oro y hace que las cosas de allá abajo suelten su discreto resplandor.”
Pintura de personajes: Desde el nombre mismo, Pata de Cabra es un personaje insólito y magistralmente descrito: “penetra en lo temido y busca claridad en la obscuridad… Se hizo catecúmena en el vientre de la tierra y allí aprendió a tallar las piedras preciosas; desarrolló la inteligencia oblicua que interpreta oráculos, adivina acertijos y descifra sueños…”
Myriam, la supuesta esposa de Rimbaud, no es menos originalmente extraña: “morena joven y suave, arropada en blanco como monja teresiana. El iris de sus ojos, de un negro sólido, impide leer su estado de ánimo, que debe andar en algún punto entre el desconcierto y la resignación…”
Sensorialidad: A veces se nos olvida que hay más sentidos que la vista, que el olfato nos mete sensaciones poderosas. Eso hace el personaje narrador cuando en la capital de Eritrea dice: “No puedo ver bien lo que hay en estas paredes ahumadas…. se van delineando las siluetas afiladas de un grupo de mujeres. Hablan entre ellas y agitan los brazos con gestos rápidos y nerviosos, como de pájaro. Aun no distingo sus facciones, pero percibo su olor, tan denso que es casi táctil; extracto de cuerpos conservados en humo, en cardamomo, en incienso y sudor.” Observamos que la escasa vista da lugar a la preeminencia del olfato y “vemos” a esas oscuras mujeres oliéndolas.
Intertextualidades: Abundan las voces cultas de diversos tiempos que trae al presente el narrador salido del seminario poco antes de graduarse de cura. Ese carácter del personaje central permite sentencias y digresiones repletas de cultura informada, como decir que (Santo) “Tomás está pensando en otra cosa; ha empezado a darle vueltas a una intuición que Goethe pondrá en palabras dentro de cinco siglos: ¿acaso los colores no son las acciones y los padecimientos de la luz?”
La siguiente evocación desde la negrura africana vuelve barroca esta culta anécdota: “¡Déjate de sandeces, Tomás, termina de una buena vez tu Summa interminable! Y él, sonriente y discreto, habría respondido, como Bartleby: preferiría no hacerlo. O como el Sócrates del solo sé que no sé nada; el César Vallejo del quiero escribir…”
Tenía previsto hablar y dar ejemplos de juegos con las palabras y el lenguaje, digresiones afortunadas, prospección generadora de curiosidad, diálogos con el pensamiento (monólogos), de cómo Restrepo nos hace conocer otros mundos, pero se acabó el espacio.
Leer Canción de antiguos amantes nos permite reconocer la vigencia de lecciones que dejaron Asturias, Carpentier, García Márquez. Siete años le tomó a Restrepo escribirla; eso no es nada. Yo habría tardado el doble y habría escrito una obra la mitad de buena. Los que tengan dudas que lo comprueben en La última batalla.
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