Franco Sandoval / La Pluma del Colibrí
El ingenio es renunciar a la inercia, desatar el nudo de los problemas, renunciar al “No se puede”. Es siempre estar parado para ver desde arriba los asuntos que otros califican de problema. El ingenio no es picardía o diablura sino buscar novedad en lo que se hace; no se trata de ser el primero, pero sí de ser original.
El Ingenio es sacarle provecho a la poca o mucha inteligencia que uno posee. “El ingenio es una fiesta”, dice José Antonio Marina. Tan festiva afirmación es la mejor forma de enfrentar la vida. El ingenioso vive entretenido, jugando en esa cancha que es su entorno. Juega mientras cocina, compone un carro, cura al enfermo, teje una tela, conduce un autobús y, por supuesto, mientras baila o disputa un partido de fut, básquet o beisbol.
El ingenio es la soltería del pensamiento”, es otra afirmación de Antonio Marina en su libro Elogio y refutación del ingenio, libro que acabo de releer. Las técnicas que usa el ingenioso son como “un tobogán por el que resbala”. Utiliza una facultad natural que desencadena inventos para hacer fácil y divertida la vida, nunca un castigo.
Ingenio es una palabra cuyo origen se remonta al 1,400. No por casualidad Cervantes desde el título mismo de su obra habla del “ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Con ese adjetivo quería decir que don Quijote no era discreto.
En el caso del pensamiento y las letras abunda el ingenio y hasta podría decirse que una obra de valor rebalsa de ingenio. Por la forma de abordar un tema, el estilo que se usa al escribir, el carácter de los personajes, las ideas que se comparten. Si de concretizar esta afirmación se trata: Octavio Paz, Borges y nuestros compatriotas Asturias, Cardoza y Monterroso. A todos ellos los une la paradoja como técnica de pensar y compartir lo que han pensado. Acercarnos a ellos es una forma de contagiarnos de ingenio.
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El fanatismo y la cerradura ideológica son anteojos que cierran el paso al ingenio y estorban la innovación. Esa anestesia adormece y nos hace creer que nuestra idea es la única y mejor, sin darse cuenta de que baila al son que otros tocan. Eso le pasó a la Unión Soviética. Lo vi de cerca en la década de 1980 cuando en la hermosa ciudad de Praga compré una chaqueta para combatir el frío; en las tiendas solo encontré piezas de dos colores (verde y café), mal cocidas, de partida. Quien me guiaba por la ciudad me hizo ver de qué forma responden los gendarmes rusos una pregunta que les iba a formular en checo, el idioma local. No se dignaron responderle en este idioma sino en ruso, con gestos de altanería, como quien dice “No me joda”. Vivencias como esa me hicieron fácil entender el derrumbe de un imperio pegado con un chicle impuesto y arbitrario. La bancarrota del ingenio impuso adocenamiento en las artes, culto a los jerarcas, al poder y a una sola idea.
Las artes son espacios creativos muchas veces irreverentes, por su naturaleza y porque detrás de ellas está un ingenio que no acepta amarres ni ataduras. Sería una catástrofe para la especie humana que se prohibiera el ejercicio del ingenio.
La pluma del colibrí busca, mediante el ejercicio de las letras, abrir el horizonte del ingenio.
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