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BORGES, EL TANGO Y BUENOS AIRES

Franco Sandoval / La pluma del colibrí

A pesar de que nunca le concedieron el premio Nobel de literatura, hay consenso de que el escritor más importante del siglo XX fue Jorge Luis Borges. Coincido con ese juicio a pesar de que la importancia de sus escritos y la facilidad para leerlos marchan por caminos diferentes.

Leer a Borges es un asunto difícil y espinoso; la mayoría de los lectores salen huyendo después de dos o tres páginas. Los comprendo porque a mí me pasó lo mismo antes de que dos amigos me ayudaran a poner cerebro, alma y ojos sobre lo que ese señor escribió. Desde entonces soy borgeano. Tanto me he empeñado en estudiarlo que la Universidad de Maccerata, Italia, tuvo el atrevimiento de invitarme a participar en un coloquio de especialistas. En los talleres de formación de escritores comparto y discuto mi ponencia Borges, constructor de mundos.

Jorge Luis Borges uno de los grandes escritores a quien le negaron el Premio Nóbel de Literatura.

Jorge Luis Borges es grande a pesar de su eterna timidez y una temprana ceguera. ¿O, más bien, esos defectos le ayudaron a producir textos novedosos y excelentes? Aprendió idiomas, vivos y muertos, por esfuerzo propio; leía hasta por los codos, y en lo que dice y escribe ve el mundo con los ojos de su imaginación. Esto se refleja en lo que llamo cuentos-ensayos porque hasta los géneros rompió.

La parte menos conocida de Borges son sus conferencias. De cuatro de ellas, dictadas en octubre de 1965 y dedicadas al tango, me ocupo ahora. Así que esta es una mirada fácil y tangencial a una parte de su obra, un guiño de ojos a un ilustre antecesor. Tengamos presente que el posmodernismo postula que lo periférico es tan importante como lo central.

En muchos lados se vilipendia a Borges diciendo que detesta el tango, que solo amaba la milonga. Esa afirmación es solo lejanamente cierta. Cuando emerge el tango, a partir de la milonga, es “un baile valeroso y feliz”. Eran los tiempos en que se le canta al compadrito, al coraje y la garufa:

Qué dirían si te vieran
el Melena y el Campana
Que una noche en los portones…

Que cada uno imagine de qué manera concluye esta historia, el alma que alumbra al orillero y al malevo de Buenos Aires y lo que anima a la mujer de mala vida. Estas eran primero criollas y después de Francia y Polonia, más blancas, con cuerpo mejor cuidado y más caras.

Borges aprecia y le gusta el tango viejo, el de sus comienzos de allá por 1880; pero este tango “queda anegado”, dice él con su peculiar forma de hablar, por la Gran Guerra de 1914. Se internacionaliza, llega a París, Londres y Nueva York; se vuelve más lento y menos picarón, se diluyen los “cortes” y “quebradas”. Nacen entonces los tangos lentos y llorones como Caminito o Veinte años no es nada. Atrás va quedando el tango “fatal, soberbio y bruto”, como dice Ricardo Güiraldes. Los personajes ya no son los “calaveras”, orilleros y cuchilleros; ya no se habla en lunfardo sino un castellano tranquilo y elegante.


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En el tiempo de los primeros tangos (El choclo, Entreriano, El pollito, Garufa) el piano, la flauta y el violín fueron los instrumentos originales, el bandoneón alemán (ese que estremece a las parejas) vino después. Su poema El tango lo escribió pensando en ese que todavía es milonga:

En las conferencias de 1965 Borges habla sobre el tango, su historia, orígenes, letras, intérpretes y cambios. Allí, entre líneas, surge la onda reflexiva. “Nada ocurre por primera vez” es una afirmación severa, más propia de un ensayo filosófico que de una charla ante un variado auditorio. “Todos llevamos nuestra humilde vida, y además llevamos otra vida, imaginaria”, dice más adelante. Hay que detener la lectura para darle vueltas a esa idea. ¿Y cómo nos va con esta otra afirmación dicha al pasar “Quien piensa muchas veces en un tema cambia de opinión sobre él”? Este tipo de afirmaciones de un viejo sabio ayudan a mejor pensar… y vivir. En 1965 ya poco miraba Borges; su memoria, en cambio, era prodigiosa.

Una mitología de puñales
lentamente se anula en el olvido;
una canción de gesta se ha perdido
en sórdidas noticias policiales.

Gardel no puede quedar fuera de una historia del tango. Su mérito, según Borges, es haber tomado las antiguas letras y convertirlas en “una breve escena dramática”. Reduce demasiado los méritos de Gardel, me parece.

Hoy en Argentina el tango es como la marimba en Guatemala, música arrinconada en el baúl de los recuerdos. Para quienes lo recuerdan, en ello va lo mejor de su alma. Allá como aquí el futbol y el afán de consumir nos vuelve locos.

Evoco a Borges, el tango y Buenos Aires con la memoria puesta en cuatro meses durante los cuales compartí estudios sobre planificación social con otros 22 becarios. Fueron los compañeros de Chile, Venezuela, Nicaragua y Colombia quienes me llevaron a ver bailar tangos a La casa de Gardel. Ya aficionado a sus cortes y requiebros, al final de clases me iba a las calles Florida o Sarmientos a ver parejas de aficionados bailando en las esquinas para deleite de los caminantes.

El tango y la milonga son semillas que se siembran en lo profundo de almas sensitivas; allí hay parte de las vicisitudes del alma argentina. A la salud de ella, lloro por ti Argentina.

En pocos días iniciará el
Taller de formación de escritores.

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