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LAS MEMORIAS DE ALDEA DE UN EXPRESIDENTE

Franco Sandoval La pluma del colibrí

A juzgar por los hechos, Guatemala parece querer esconder la memoria del mejor presidente que ha tenido Juan José Arévalo. Pero, ¿se puede y debe vivir de espaldas a la historia? ¿Sabemos que además de haber sido un presidente que introdujo reformas que todavía celebramos fue un gran pensador, pedagogo y escritor?

Al empezar a leer Memorias de aldea, empecé con la simple curiosidad de ver cómo veía Arévalo su propia infancia y la tierra donde enterraron su ombligo. Bastaron pocas páginas para darme cuenta de que estaba frente a un maestro de las letras. No por casualidad él se había formado en Argentina como pedagogo y filósofo.

Esas Memorias son crónica que por momentos quiere ser novela. La escribió ya siendo expresidente, entre 1951 y 1963; la inició en Guatemala y la concluyó en México.  Para valorar su contenido nada mejor que remitirnos al propio texto, y como la primera pregunta que nos hacemos es qué es (fue) Taxisco, su respuesta es esta:

“Taxisco es tierra que promete y que cumple, que recoge y multiplica: que tiene fuerza íntima dotada de fecundidad, es rica en aguas límpidas cuando bajan del cerro y en aguas profundas cuando llegan al campo cubierto de camalotes y tulares… Allí se produce toda clase de frutos, y los bosques son pingües en madera finísimas; hay cascadas que no se pueden contar, toros cimarrones y caballos de noble alzada y de cascos macizos…” Tierra, agua y ganado son el alma de Taxisco.

En esa tierra el niño Juan José, “como todos los niños de del lugar, a los nueve años, sabíamos lo que era trabajo y trabajamos.” Son faenas del campo: “rozar” una montaña, preparar la tierra, sembrar maíz. “Vimos crecer las milpas, jeme por jeme, y terminamos por amar las largas hojas verdes, la florescencia, las mazorcas, el grano.”


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Pero Taxisco está incompleto sin el caballo y el vaquero, pareja que hace surgir “la vanidad del que necesita un espectador, y con el espectador el aplauso… y por allí un fotógrafo… una radiografía de su machonería para publicarla e impresionar a los demás.” El caballo domesticado hace hombre al hombre.

Esas memorias ya no son de aldea cuando lo trasladan a La Normal de Pamplona, donde “los pedagogos de la Normal no nos trataban como enfermos sino como negligentes, sucios, asquerosos, cochinos… Nos castigaban con sentadillas, plantones, tirones de oreja, pellizcos, coscorrones, sopapos, repellones, hasta varejonazos.”   

Con estas pinceladas tenemos una superficial semblanza de las Memorias de aldea de Juan José Arévalo. En sus juicios y valores se nota la influencia de Domingo Faustino Sarmiento, pedagogo y expresidente como él: Coincidiendo en educación y trabajo. Por supuesto que su cabal figura literaria necesita complementarse con La inquietud normalista, Despacho presidencial y mucha correspondencia entre él y amigos suyos como Luis Cardoza y Aragón.

Valga esta introducción para aplaudir al IPNUSAC por haber publicado estos días una colección de ensayos sobre Arévalo. Por tal razón, en breve La pluma del colibrí invitará a Marco Vinicio Mejía, a un conversatorio centrado en la obra literaria del mejor presidente que ha tenido Guatemala.


En pocos días iniciará el
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